Crítica a Megalópolis: El proyecto de toda una vida de Francis Ford Coppola naufraga ante el exceso.

 


'La industria de Hollywood ha invertido cientos de millones de dólares en tratar a los espectadores de cine como si fuesen consumidores de comida rápida. El sueño de las compañías es que el público vea películas como si estuviese comiendo patatas fritas o bebiendo Coca-Cola, y lo triste es que los críticos han empezado a adoptar esa misma perspectiva, y ahora exigen que las películas cumplan con las fórmulas impuestas por la industria. Se exige que, a los diez minutos de película, ya esté claro quién es el héroe, quién su antagonista y las razones últimas de su conflicto. Pero esas son reglas viejas. Jean-Luc Godard dijo que las películas debían tener un principio, un nudo y un desenlace, pero no necesariamente en ese orden. Lo cierto es que nuestros nietos seguramente verán películas que no tienen nada que ver con las reglas que definen el cine actual. Debemos hacer películas que puedan inspirar a nuestros nietos. El gran arte siempre evoluciona'. (Francis Ford Coppola)

Tampoco se trata, a estas alturas, de perder mucho el tiempo definiendo la importancia capital del maestro Coppola en el planeta cine, bastará con decir, que fue uno de los máximos responsables de que el cine norteamericano transitara de lo clásico a lo moderno, allá por los no tan lejanos años setenta del Siglo Pasado, como destacado autor total que controlaba todas las facetas de la producción.

A partir de su propio guión original, madurado durante décadas como el proyecto de toda una vida, La Megalópolis de Coppola ofrece una fábula moderna entre lo utópico y lo distópico, en un Nueva York infectado por la estética y las formas de la antigua Roma Imperial, en la que un ambicioso arquitecto aspira a modernizar la ciudad, pese a la férrea oposición del alcalde, bajo un marcó de intereses y corrupción inherentes a tan reconocible periodo histórico.

Conceptos como el tiempo, la filosofía, el arte, la propia decadencia de la sociedad moderna, son expuestos por el veterano realizador de forma anárquica y desordenada, no hay trampas en su enfoque, desde los primeros minutos, el espectador ya sabe lo que le espera, para la mayoría un tránsito insufrible por una serie de excesos, que no por justificados bajo su mencionada etiqueta de fábula, esquivan el efecto cargante que sus imágenes y su narrativa arrojan, por mucho que no se le pueda tachar, y esto si es algo positivo, de ser un film pretencioso.

En la búsqueda por transgredir la norma escrita, Coppola confía en su instinto, e igual que construye algún pasaje fascinante, que es capaz de despertar interés, al menos en el apartado visual, se muestra implacable con cualquier esquema preestablecido, alejándose por completo del respetable, hasta el punto de casi querer irritarlo, en un ejercicio de provocación inaudito, que al menos debería llamar la atención de los más cinéfilos, sobre todo para todos aquellos que siempre anden a la caza de lo diferente, situados las antípodas de lo manufacturado.

Sujeto a esa reflexión de ruptura, se sitúa un casting de actores muy peculiar, muchos de ellos más bien repudiados por Hollywood, que en el fondo sirven para acentuar ese carácter rebelde de la producción, pese a que muchos, si no todos, se vean forzados a sobreactuar de forma maligna, siendo potencial carne de cañón en los próximos Razzies, unos premios que visto lo visto, igual le hace ilusión recibir a alguno de los implicados.

En los aspectos técnicos, y señalando que estamos ante una producción que pretende abarcar, con un presupuesto de 120 millones de dólares, mucho más de lo que puede ofrecer, destaca el esfuerzo en la fotografía y en el diseño de producción, así como la brillante partitura de Osvaldo Golijov, en colaboración con Grace VanderWaal, apartado que indudablemente supone el mayor hallazgo del film.

Finalmente, Francis Ford Coppola, con 85 años a sus espaldas, al menos ha conseguido con Megalópolis situar al artista frente a su obra, con algún discurso inherente, como las trabas al talento por parte de los poderosos, en esa búsqueda detener el tiempo fílmico, contravenir la norma, robarle el pan y circo al espectador, y de algún modo, y según sus propias palabras, evolucionar el arte para intentar inspirar a las nuevas generaciones, lástima que las viejas no estemos preparadas para digerir lo que al menos, y en un primer visionado, se muestra como un banquete sumamente indigesto.








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