'No somos un imperio, somos una isla de mierda'
Al británico Danny Boyle le ha costado volver, no 28 años pero casi, a uno de sus mayores éxitos como cineasta, y según sus propias palabras, resulta que tanto el Brexit como La Pandemia, han impulsado mucha de la rabia homicida que necesitaba la producción, nacida en origen a principios de siglo para revitalizar y universalizar el Género Z, respetando sus códigos, pero a la vez impulsando a sus caminantes, antaño muertos retornados de la tumba, aquí infectados de laboratorio, factor que permitía dotar de velocidad a los coléricos portadores de tan particular virus, cuya epidemia sólo requiere de 28 días, para extenderse de forma devastadora por toda Gran Bretaña.
Casi tres décadas después, Boyle recupera al guionista original, el también británico Alex Garland, para volver al lugar de los hechos, tras una secuela tan entretenida como olvidable, dirigida por el español Juan Carlos Fresnadillo en el no menos lejano 2007, la cual cambiaba los días por semanas, pero sin la misma capacidad de inventiva, algo que ha permitido a sus creadores originales enlazar 28 años después como una continuación más legítima, pensada como vértice de una nueva trilogía, que promete en 2026 traer la segunda entrega, 'The Bone Temple', la cual parece que contará con Cillian Murphy como protagonista.
En la búsqueda de una continua innovación visual, Boyle recurre para estos 28 años después, a unos cuantos iPhones de última generación (aplicando sus lógicos trucos ópticos), y algunos drones, con la clara intención de capturar esa genuina sensación de peligro, tan plena de intensidad como rotundamente visceral, alcanzando en sus escenas más destacadas, esa ansiada inquietud que solo consiguen los productos de horror con verdadera denominación de origen.
En ese punto, lo mejor que se puede decir del film, es que no es solo un contundente relato de supervivencia, contiene también un destacado discurso postapocalíptico, que se atreve con acierto, a describir una interesante evolución en los propios infectados, mientras contempla a los supervivientes desde un marcado tono familiar, perfilando bien a los protagonistas para hacer comprensibles sus motivaciones y desdichas, sin mostrar apenas un mínimo rastro de condescendencia, que pueda alterar de algún modo el particular y deseado tono agresivo que porta la cinta.
Como asunto genuinamente británico, el reparto está copado por un grupo de buenos actores, como Aaron Taylor-Johnson, o Jodie Comer, padres en la ficción del joven protagonista, un muy convincente Alfie Williams, especialmente inspirado en los momentos más emotivos del film, los cuales coinciden con la presencia del veterano Ralph Fiennes, que se hace de rogar, pero que cuando aparece, vuelve a demostrar su enorme capacidad interpretativa.
En los apartados técnicos, y seguramente por esa idea de Boyle por recuperar al grupo original, repite Anthony Dod Mantle en la fotografía, un trabajo que requiere no solo plasmar los momentos más vibrantes del film, el cual, recrea, como ha definido el propio realizador, una especie de 'tiempo bala de Matrix para pobres', sino también un tono ancestral muy cuidado en la mayoria de sus escenarios, bien ensamblados en los bellísimos espacios naturales de los que la cinta hace gala.
Finalmente, Danny Boyle y Alex Garland hace tiempo consagraron sus nombres como referentes del cine británico, lo que no quita que necesiten continuar innovando con la forma y el contenido, la única manera de seguir activos en el negocio y no caer en el terreno de las viejas glorias, no todas las decisiones de 28 años después son acertadas, de hecho hay mucho que reprochar a sus conclusiones, que seguro hubieran encajado mejoral principio de la próxima entrega, pero tampoco hay que olvidar, que los responsables de que los zombies entraran arrasando a la carrera en este nuevo siglo, globalizando un subgénero que siempre permaneció oculto al amparo de la Serie B más barata, tienen derecho a seguir arriesgando con las ideas y conceptos que les venga en gana, sobre todo cuando la mayoría de ellas, suelen abrazar con facilidad ese difícil espacio para el entusiasmo.
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