Crítica a 'Los asesinos de la luna': Brillante radiografía del genocidio de la tribu Osage, perpetrado en la supuesta tierra de la libertad.


 En la memoria cinéfila, es muy habitual recurrir al mayor fiasco del cine norteamericano de toda su historia, la muy fea pero brillante 'La Puerta del Cielo', un film complejo, agotador, profundamente megalomaníaco por parte de su realizador, un Michael Cimino que siempre arrastrará la etiqueta de haber llevado a la quiebra a la United Artist en 1980, pero que indudablemente, también contiene muchas de las claves, de ese pecado que arrastra América en sus cimientos como nación, supuesta tierra de la libertades, protegida única y exclusivamente bajo el símbolo del dólar.


Con la misma vocación de instruir, sobre la parte más oscura de dichos cimientos, el veterano Martin Scorsese juega con ventaja en el invierno de su carrera, tras haber virado en este nuevo siglo a un estilo bastante más vanguardista, que salvo contadas excepciones, más bien destellos, ya no se mostraba tan compulsivo como en su primera etapa, donde se encuentran la mayoría de sus mejores trabajos, al menos en lo que en autenticidad se refiere.

Basada en el libro de David Grann, escritor, periodista, y celebre redactor en The New Yorker, 'Los asesinos de la luna' está ambientada en los años 20 del Siglo Pasado, cuando tras descubrirse petróleo en las tierras de la tribu Osage, en Oklahoma, comienzan a aparecer cadáveres de nativos, un hecho que obliga a intervenir a un aún joven FBI, el cual apenas llevaba algo más de una década constituido, como departamento federal de justicia y defensa.

Rodada con un ritmo tranquilo, aunque bastante más dinámico de lo esperado, pese a su extensa duración, el film impone ese estilo de calma antes de la tormenta, en un más que palpable espectro tenso, que se adueña in crescendo del relato de una manera apabullante. El último film de Scorsese es ante todo un gran trabajo cinematográfico, en lo que a factores de la producción se refiere, es una obra más allá de la madurez, porque para eso ya tuvo 'Silencio' (2016), y la más reciente 'El Irlandés' (2019) como banco de pruebas, y lo es no solo en lo narrativo, también en la necesaria parte técnica, donde nuevamente, y al igual que en aquellas, la inestimable fotografía de Rodrigo Prieto juega un papel fundamental, al igual que el montaje de Thelma Schoonmaker, habitual e indivisible colaboradora del realizador, y pieza clave para que luzca, el última instancia, el enorme talento aplicado sobre la puesta en escena.

Como acontecimiento, el haber juntado por fin a los dos actores fetiche del realizador, tras una larga espera de casi treinta años, algo que ha merecido realmente la pena, 'Los asesinos de la luna' puede presumir de la enorme química que se gastan Robert De Niro y Leonardo DiCaprio, en sus respectivos roles como tío y sobrino, el primero desde ese plano secundario de villano irónico, que tan buenos resultados ha dado siempre en su relación con Scorsese, mientras el protagonismo del segundo, entre lo patético y lo miserable, compone un trabajo tan atípico como celebrado para el actor, que sin duda debe buscar nuevas vías que pongan a prueba su capacidad interpretativa.

Completan el reparto buenos actores de reparto, como el veterano John Lithgow, o Jesse Plemons, así como un felizmente recuperado Brendan Fraser, dentro de un elenco plagado de verdaderos integrantes Osage, a los cuales se agradece su inestimable participación al final de la cinta, al tiempo que descubrimos a Lily Gladstone, genuina y autóctona nativa americana, dando la replica con enorme solvencia y naturalidad a De Niro y DiCaprio, exteriorizando el sufrimiento por un genocidio, que según propias palabras, tuvo tiempo de interiorizar durante años, cuando fue consciente de los hechos.

Finalmente, Martin Scorsese abre su propia puerta del cielo, para desatar el infierno vivido por la nación Osage, lo hace con el máximo respeto, pero también con ese reconocible estilo criminal, que vuelve a poner al capitalismo feroz, como uno de los grandes males acontecidos desde principios del Siglo XX, algo que también la acerca a otra de las grandes obras maestras del cine moderno, la insuperable 'Pozos de Ambición', de Paul Thomas Anderson, en ese punto donde los grandes realizadores se citan, cada uno con su estilo particular, para debatir sobre asuntos tan relevantes como el exceso de poder, la codicia, o la corrupción, mientras trazan el camino del séptimo de los artes con una serie de títulos, llamados a ser los clásicos norteamericanos de referencia en un futuro no tan lejano.







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